Estudio introductorio

IV sobre la idoneidad y pertinencia de crear una sala de mapas para uso exclusivo del príncipe. El aprendizaje de Baltasar Carlos quedó plasmado también en un grabado que conserva el archivo de Estocolmo, donde se incorporó un texto bastante explícito: “Planta del fortín de la Casa de Campo que ha delineado su Alteça el Príncipe Nuestro Señor para ver executadas en él las observaciones que ha aprendido en la architectura militar, así en la ofensa como en la defensa. En Madrid. Año 1644” (45). De ser así, el sentido de este grabado fue el de homenajear a un joven príncipe mostrando sus dotes en el arte de la representación cartográfica. A nadie puede sorprender que ambos dibujos engrosaran, por razones sentimentales, la colección del marqués de Heliche –propietario de la mayor parte de los documentos cartográficos que Juan Gabriel Sparwenfeld trasladó a Suecia–, con quien el príncipe Baltasar Carlos mantuvo una estrecha relación desde la infancia.

Esta cartografía, considerada oficial, se guardó e incluyó en la categoría de “arcana imperii” –secretos de estado– y, por lo tanto, nunca se dio a la imprenta siguiendo la costumbre de impedir la publicación de cualquier documento de estas características relacionado, aunque fuera de manera secundaria, con cuestiones estratégicas del reino o del imperio. Esta práctica fue iniciada por los Reyes Católicos al crear el llamado Padrón Real o carta náutica universal, donde se incorporaban todas las observaciones y los descubrimientos aportados por los navegantes en sus viajes; no obstante, la iniciativa ya había sido puesta en práctica con anterioridad por los reyes lusos para registrar igualmente sus descubrimientos. Esta pauta fue reforzada más tarde por la Casa de Austria

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